Prefacio: cruzando el umbral
—¡Mierda!
La inconfundible detonación de un arma que sonó a pocos metros de distancia le dio escalofríos. Y comprendió que necesitaría más un milagro que suerte para salir de allí de una sola pieza.
Kaim se detuvo, refugiándose tras una sucia pared de ladrillos en un oscuro y pestilente callejón. Tras contener la respiración, cerró los ojos y escuchó con atención.
Con ello trató de discernir si el pelotón que lo perseguía se acercaba o se alejaba. Y tras varios segundos de espera, el sonido disminuyó, indicándole que iban en dirección opuesta. Sin embargo, la leve sensación de seguridad que eso le produjo no era otra más que una ilusión.
No era buena idea confiarse. No todavía.
Cierto que en situaciones anteriores y bajo circunstancias mucho más rigurosas aprendió a mantener la calma, a enfocar su mente y su cuerpo. Pero incluso sus habilidades tenían límites. Y ellos lo sobrepasaban en número.
Angustiado, dirigió los ojos al cielo: la hora
se acercaba. Si sus cálculos no fallaban, una tormenta geomagnética se dirigía a la Tierra a gran velocidad, y él necesitaba salir de ese universo a toda costa. De otro modo, activar un portal sería imposible durante meses. Y, dada la situación, su captura implicaría mucho más que una simple detención.
Kaim apretó los dientes y retiró la mano de su hombro, sintiendo como la sangre le escurría entre los dedos. Cuando lo sorprendieron, durante su apresurada huida no se movió lo bastante rápido y un proyectil lo alcanzó. Por fortuna, la herida solo desgarró la piel de forma superficial, dejando una línea roja y palpitante que era más molesta que dolorosa.
Luego de eso no podía permitirse más errores, porque el precio de otro desliz lo pagaría con su vida.
—¡Con un demonio! ¡Levántate! —Se dijo a sí mismo, tratando de recobrarse.
Reuniendo valor, Kaim salió de su escondite y se deslizó entre la penumbra tan rápido como sus pies se lo permitieron. Cada sonido, cada sombra su alrededor la tomaba como una posible amenaza que mantenía sus sentidos en alerta máxima.
Y pese a que la noche era su aliada, no quitaba el hecho de que también se convirtiera a traición en su enemiga, porque ocultaba tanto sus pasos, como los de sus perseguidores. Por desgracia, ya de nada le serviría lamentarse. Las elecciones que hizo a lo largo de su vida lo llevaron a ese instante: y nada sucedía por casualidad.
—¡Kaim Draxon! —El grito cortó el silencio igual que un cuchillo.
El sonido de su nombre lo hizo detenerse y el corazón le latió con fuerza, asustado. Pese a ello, los instintos de supervivencia que desarrolló a lo largo de los años, se antepusieron sobre el terror que lo invadió.
Así que su primer impulso fue echarse a correr hacia final del callejón. Sus piernas, a pesar del cansancio, respondieron con energía renovada y la adrenalina bombeó a través de su sistema, guiándolo automáticamente.
—¡Mátenlo! —ordenó alguien más—. ¡No lo dejen escapar!
Esquivando basura y cajas vacías con los soldados pisándole los talones, Kaim rezó por no tropezar. Si se caía, estaría acabado. Después de lo que le pareció una eternidad, por fin emergió al otro extremo del angosto callejón, y la escena que se desplegó ante él fue la de un laberinto de edificios y calles estrechas.
Un terreno en el cual debía tener precaución, porque no sabía si le esperaba una emboscada a la vuelta de la esquina.
Respirando con dificultad, Kaim se detuvo y buscó la próxima ruta de escape.
No le quedaba tiempo; las voces y los pasos se aproximaban y pronto estarían sobre él. Dirigiéndose cuesta abajo, aprovechó los escasos segundos de ventaja, sacó su brújula e intentó encontrar la dirección correcta a seguir. Y aún si la punta de la flecha permaneció inmóvil, Kaim no perdió la esperanza.
De pronto un proyectil pasó peligrosamente cerca, obligándolo a cambiar de dirección. El disparo destrozó el aparador de una pequeña tienda a su izquierda, y el vidrio voló en una lluvia de fragmentos que le heló la sangre. Sin mirar atrás, Kaim siguió corriendo. Las calles estaban casi desiertas a esa hora de la noche, y los pocos transeúntes que quedaban se apartaron al verlo pasar, porque era mejor no involucrarse.
Entonces, tras alcanzar el borde de aquella avenida, giró con brusquedad por otro camino y se topó con un sector comercial más amplio. Sus ojos recorrieron los edificios en busca de algún escondite, pero no tuvo el lujo de elegir. Así que se dirigió a un local al azar, abandonado y de fácil acceso.
Rompió la débil cerradura y se escabulló dentro. El interior estaba desierto y flotaba un denso olor a humedad, a polvo y abandono. Una fuga de agua proveniente del piso superior goteaba sin cesar, formando varios charcos bajo sus pies.
Para Kaim, esto era perfecto.
Ya acostumbrado a la penumbra, Kaim se apresuró a colocar varios círculos de transmutación alquímica de papel que preparó con antelación, en las zonas que consideró críticas. Y al terminar, volvió a consultar su brújula. Nada. Ni una sola señal.
No le extrañó. Desde que llegó a aquel universo, se dio a la tarea de memorizar la ubicación exacta de los puntos óptimos para abrir un portal. Sin embargo, no estaba cerca de ninguno de ellos. Por regla general, forzar la apertura de un portal en un lugar inadecuado no solo era irresponsable, sino también arriesgado y traía consigo consecuencias desastrosas.
Maldiciendo, Kaim buscó en el interior de su camisa y sacó un colgante: se trataba de una gema de profundo color ametista. Jamás se vio en la obligada necesidad de usar aquel catalizador, pero a medidas desesperadas, soluciones drásticas.
Kaim suspiró, preparándose para su próxima jugada. Entonces, de uno de los bolsillos exteriores de su macuto, tomó un mechero. Considerando las circunstancias y quién se lo obsequió, la ironía no pasaba desapercibida para él.
Una vez listo, no le sorprendió el sonido de un gatillo accionándose. Dándose la vuelta despacio, Kaim se encontró cara a cara con un hombre uniformado que le apuntaba a la cabeza con una pistola. No era un desconocido para él: reconocería esa postura firme y la mirada decidida en cualquier lugar.
Kaim se quedó quieto, a la espera: sabía a la perfección que aquel soldado tenía una excelente puntería y no fallaría si le disparaba, así que evitaría provocarlo hasta que fuera preciso.
—No creíste que escaparías, ¿o sí? —La voz del recién llegado estaba llena de desdén.
Aun así, Kaim mantuvo la calma, confiando en que las sombras que lo rodeaban ocultarían el mechero en su mano derecha un poco más.
—Si consideramos que eres tú quien encabeza la cacería, supuse que no —respondió Kaim con fingida cortesía—. Tiempo sin verte, Braxton.
El Coronel Braxton no respondió de inmediato, en su lugar, continuó observando a Kaim con una expresión impasible. Aun si los dos se conocían, Braxton no cedió a la familiaridad del encuentro y mantuvo el arma en posición, sin vacilar ni una sola vez.
Sus ojos verdes, fríos y calculadores, estudiaron a Kaim de modo que la tensión aumentó a tal grado, que se formó una presión invisible, densa y opresiva entre ellos.
—Nunca pensé que llegarías tan lejos, Kaim —dijo Braxton, su tono fue gélido e impersonal—. Pero todo terminará aquí. Ya no volverás a escapar.
Los dedos de Kaim se aferraron al mechero con una firmeza que rayó en la desesperación, como si aquel pequeño objeto fuese capaz de darle el temple necesario para sobrellevar lo que vendría a continuación. Mientras tanto, el colgante de amatista en su pecho se iluminó con una intensidad creciente, tal cual si respondiera a una petición silenciosa de auxilio.
—¿De verdad, Brax? —replicó Kaim, alzando una ceja en claro gesto de cansancio—. ¿Todo esto con tal de capturarme? ¿Qué te prometieron?
—Soy un soldado competente —La respuesta de Braxton vino acompañada por un avance calculado en su dirección—. Mi única recompensa será matarte. Así que solo cumple con tu destino y facilítame el maldito trabajo.
El tono de Braxton estaba lleno de un odio profundo y visceral: un resentimiento que sin duda creció con los años, arraigándose en lo más profundo de su ser. Y Kaim sintió un nudo en el estómago, el cual le causó una mezcla de temor y tristeza.
Aun con los eventos que los convirtieron en enemigos, el reconocimiento del profundo odio de Braxton afectó a Kaim más de lo que le hubiera gustado admitir. Sin embargo, aunque el desprecio de Braxton le recordaba los errores del pasado, también le dejó claro la importancia de seguir adelante: de luchar por lo que creía correcto, sin importar las dificultades que surgieran en su camino.
Resignado, Kaim esbozó una sonrisa triste. El daño era irreparable, y no le quedaba otra opción más que aceptarlo.
—Por desgracia, viejo amigo, nunca ha sido mi estilo facilitarte nada.
Con un movimiento ágil y preciso, Kaim activó los círculos de transmutación que colocó meticulosamente con un solo propósito.
En el acto, una veloz ráfaga de destellos azules estalló alrededor de ambos, e iluminó el pequeño local con amenazantes chasquidos eléctricos, desatando una reacción en cadena. Pronto, intensos rayos de luz saltaron de un círculo a otro, en consecuencia, la energía liberada por la transmutación ocasionó que el agua del suelo se evaporara a velocidad vertiginosa.
Cegado por el ataque y la repentina neblina que redujo su visibilidad a apenas unos metros, Braxton luchó por encontrar un punto de tiro claro. Pero antes de que fuese capaz de reaccionar, algo captó su atención: se trataba de un mechero encendido, el cual fue arrojado en su dirección.
Braxton tardó una fracción de segundo en comprender la mortal trampa que Kaim le tendió: el hijo de perra usó alquimia para manipular la composición molecular del agua y convertirla en hidrógeno puro. Con un solo chispazo los mandaría a ambos al infierno.
Negándose a que el pánico lo dominara, dejó que su entrenamiento y buenos reflejos se hicieran cargo, por lo que después de disparar dos veces a ciegas aun si no serviría de nada, se lanzó hacia la puerta con la intención de ponerse a cubierto. Y el mundo se realentizó a su alrededor, llenándose de un silencio cargado de anticipación, como si el mismo universo contuviera el aliento.
Entonces ocurrió.
La explosión surgió de manera brutal, desgarrando el aire con una ferocidad implacable. La onda expansiva alcanzó a Braxton igual que un puño de acero, arrojándolo de bruces contra la pared más cercana.
Un rugido ensordecedor llenó el espacio, ahogando cualquier otro sonido, a la vez que fragmentos de escombros y trozos de metal volaban en todas direcciones, cual letales proyectiles.
El calor de las llamas alcanzó la pierna derecha de Braxton, dejándolo inmóvil y fuera de combate. Y a pesar del éxito del plan, Kaim también sufrió las consecuencias de su propia trampa. Apenas tuvo tiempo de cubrirse el rostro, antes de que el fuego también lo precipitara al interior del portal abierto a la fuerza, igual que un frágil muñeco de trapo.
Un agudo zumbido llenó sus oídos, dejándolo sordo momentáneamente, y la energía del portal lo arrastró sin piedad a un universo desconocido.
Lo último que alcanzó a ver antes de que el vórtice lo engullera, fue la cara pálida e incrédula de Braxton tras la derrota. Luego todo desapareció una vez que el portal se cerró, dejando atrás el caos y la destrucción del edificio en llamas.
Poco después del turbulento viaje a través del portal, Kaim aterrizó con un golpe contundente que le sacó el aire de los pulmones. Exhausto y mareado, luchó por recuperar el aliento, con la mirada perdida en las pesadas nubes de tormenta que cubrían el cielo.
Allí también era de noche y llovía a cántaros, por lo que terminó empapado. Lo único positivo de aquello, fue que cada bocanada de aire limpio resultó ser una bendición: al menos en comparación con el humo y el fuego del que acababa de salvarse.
A pesar de que el peligro inmediato había pasado, Kaim se incorporó con dificultad, apoyándose en los codos antes de sentarse. Sus músculos protestaron por el esfuerzo, pero algo le dictó que no era seguro quedarse en un mismo sitio por mucho. Y miró alrededor, tratando de reconocer algún indicio de su nueva ubicación.
Notó un par de árboles azotados por el viento, además de varios edificios y locales de comercios pequeños cerrados, que se alzaban igual que fantasmas difusos en la lejanía.
El lugar estaba vacío y silencioso, excepto por la tormenta que desataba su furia sobre él.
No sin dificultad, Kaim se levantó, y a medida que sus sentidos se adaptaban, fue capaz de notar detalles más precisos: el perímetro estaba semi iluminado por luces artificiales de algunas farolas, las cuales arrojaban sombras largas y extrañas en el pavimento. El lugar no le resultó familiar. Aun así, la estructura le sugirió que fue a parar a algún tipo de plaza pública o parque urbano.
Tras avanzar un par de pasos, exploró el entorno con más atención. El círculo de concreto donde apareció tenía un diseño peculiar, con bancos curvos de piedra que rodeaban el área central. Supuso que se trataba de un lugar destinado para reuniones o presentaciones al aire libre, aunque ahora estaba desierto.
Cierto que el portal lo trasladó sin un rumbo fijo, pero no le quedaba duda de que sus perseguidores no tardarían en encontrar su rastro. Consciente de que debería buscar refugio, se dispuso a ponerse a cubierto.
Tambaleándose, Kaim cruzó la calle más cercana. El agua residual de la lluvia corría en dirección opuesta, por fortuna, no era un flujo que le impidiera pasar al otro lado. Con cada paso, el dolor en su cuerpo aumentaba. Y justo iba por la mitad del recorrido, cuando unas luces que se aproximaban a alta velocidad lo cegaron.
El destello lo tomó con la guardia baja, obligándolo a alzar un brazo con tal de protegerse los ojos, porque no supo de qué se trataba. Hasta que el rugido de un motor llenó el aire como un indicador tardío, y Kaim fue embestido por algo duro y metálico que luego frenó en seco.
Al ser lanzado contra el suelo por segunda vez, el dolor explotó en su interior y gritó. La sensación del asfalto rasgando su piel y el sabor de la sangre en la boca se combinaron en una mezcla de agonía y confusión.
En consecuencia, Kaim quedó tendido en el agua sucia, aturdido, dolorido y con la vista nublada. Las luces se volvieron más intensas y una voz apagada se filtró a través del zumbido persistente en sus oídos, pero no distinguió las palabras.
Luchando por mantenerse despierto, Kaim intentó hablar, sin éxito. Y le dio la horrible impresión de que la realidad se desmoronaba a su alrededor.
Con gran esfuerzo, logró girar la cabeza y apenas distinguió una figura borrosa que se acercaba con urgencia. Ante su frágil estado de vulnerabilidad, la desesperación se apoderó de él. Tenía que levantarse, tenía que huir...pero sus brazos y piernas se negaron a obedecer. La voz que resonaba a su alrededor le resultó ajena, mezclándose en un eco cada vez más distante.
Y tras un largo suspiro de resistencia, la mente de Kaim se sumergió en el profundo abismo de la inconsciencia.
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